Hace nueve días, la Liturgia
dominical nos regaló dos sabrosas lecturas: la viuda de Sarepta (1Re17, 10-16)
y la viuda pobre que solo dio dos
moneditas (Mc 12,38-44).
Ambas tienen algo en común: lo
poco, lo pequeño, lo insignificante…
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Un
poco de agua
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Un
trozo de pan
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Un
puñado de harina
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Un
poco de aceite
§
Un
panecillo
Y, al final, una promesa
maravillosa: “La orza de harina no se
vaciará, la alcuza de aceite no se agotará” (v.14)
La segunda lectura nos dice que
la viuda:
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Echó
dos reales
§
Y
Jesús finaliza: “ésta, que pasa
necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir” (v.44)
Me impresionaron estas dos
mujeres: generosas, no se reservan, son “pequeñas”
ante Dios y ante los hombres. Pensé en las Obras de mi familia religiosa y de
tantas congregaciones religiosas en esta Venezuela sumida en algo que ya no
encontramos qué nombre poner y que resuma esta dolorosa realidad; pensé en cada
una de las hermanas que, cada día, van gastando sus vidas sirviendo a los
pobres, ancianos, enfermos, niños, desvalidos, olvidados de la sociedad, de sus
familias (en muchísimos casos: los ancianos).
Y ahí vamos, respondiendo a la vocación
y misión que Dios nos confió: dando lo poquito
que tenemos. Hago especial mención de los Hogares para adultos mayores, que la
inmensa mayoría no conoce y quizá no se imagina cuántos “poquitos” hay que transformar en
milagros, gracias a la Divina Providencia que vela por sus hijos, más que por
las aves del cielo y los lirios del campo.
… hay poca harina para las arepas, poca
leche para el atol, poca azúcar, poquito café, poca pasta, poco dinero
para la nómina, pocas ayudas porque
todos pasamos necesidad, medio vacía la
despensa, pocos adultos mayores porque se nos hace demasiado cuesta
arriba atender más aunque quisiéramos, pocos
-muy pocos- los familiares que están
pendientes de sus mayores... Además, pocas
hermanas, poca gente que quiera
trabajar porque “tenemos la caja y los bonos”; a veces, pocas
fuerzas y energías que se van agotando con los años y en la búsqueda angustiosa
de dónde conseguir los alimentos y dónde costarán menos, con mucha paciencia y sacrificio, con la sonrisa en los
labios y la alegría en el corazón por darlo ¡TODO POR JESÚS!
Lo hermoso es que -en medio de la necesidad y por pura
gracia de Dios- echamos todo lo que
tenemos en este servicio.
Y la promesa se cumple: ningún
día se nos ha ido sin haber probado
bocado, ellos y nosotros. Menos sí,
sin duda alguna, pero con el corazón gozoso de experimentar la infinita Bondad
y Ternura de Papá Dios que no abandona la
obra de sus manos (Salmo 138,8), a través de tanta gente buena que de lo poco que tiene, sabe compartir con el
que menos tiene…
Sirviendo con lo poco se alcanza el Todo, pues hemos
crecido en confianza en la Divina Providencia y en la certeza de que estamos en
las mejores manos: las del Padre que nos cuida…