En este mes
del año –noviembre- la Iglesia nos invita a recordar a nuestros seres queridos
que se han ido a la Casa del Padre, dedicando el día 2 a celebrar la Solemnidad
de todos los Fieles Difuntos.
La hermana Muerte
–como la llamó el Poverello d’Assisi, San Francisco de Asís- siempre nos
sorprende, nos impacta su misterio, nos toca por dentro aunque no lo digamos…
Visitamos los
cementerios, lugares sagrados donde reposan los restos de quienes se nos han
adelantado, de los que ya se mudaron. Hay silencio, paz, quietud… O debería
haberla… Las cruces, crucifijos, imágenes de santos, dan un hálito de
trascendencia que nos embarga y seduce.
Sin embargo,
la profanación de muchas tumbas refleja el sinsentido en que viven muchos…, el vacío de Dios…, la falta de respeto a la
Vida que ahí se preanuncia, al Misterio que llega a lo más hondo, al querer
amoroso de familiares que dejan ahí sus lágrimas y plegarias…
Hace apenas
unos días, profanaron y extrajeron los restos de algunas de nuestras hermanitas
en un cementerio municipal de este país. En la capital sucedió lo mismo meses
atrás. Estos hechos
nos golpean el alma.
La desidia,
la indiferencia, la anarquía, se proclaman vencedoras en esta tierra de nadie… Sabemos
que esos viles actos no tienen la última respuesta.
En este mes,
mes de la Vida, se nos han ido dos hermanitas: Ana Dominga y María Élida. Su
entrega, su vida gastada día a día al servicio de las más pobres, vidas consagradas
a Dios y a ellos, vivirán para siempre…
En cada
resto, en cada hueso, en cada ceniza, en cada grano de polvo, vive la
esperanza. Tenemos la certeza de que resucitaremos a la Vida eterna. Aunque sigan
atacando las fuerzas del mal que un Viernes santo masacraron a Jesús de Nazaret,
el Hijo de Dios, hasta darle muerte, la última palabra la tiene Él: “Yo soy la Resurrección y la Vida; quien
cree en Mí, aunque haya muerto, vivirá, y el que vive y cree en Mí no morirá
para siempre” (Jn 11,25-26).
Esta imagen
de Jesús muerto, sobre la losa del sepulcro, mirando las cruces donde están
enterrados sus hermanos, nos habla de Sí mismo: es el grano enterrado que
germinó en su Resurrección para darnos la Vida verdadera, la que no se acaba,
la que no podrá ser nunca tocada por el mal: ¡Es la BUENA NOTICIA de la RESURRECCIÓN para ellos y para
nosotros!
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